3 de julio de 2008

Guayabo


La primera vez que me emborraché fue en la casa de mis abuelos cuando tenía 14 años recién cumplidos, para las fiestas navideñas y juro que fue por la insistencia de mi abuelo que me tomé toda la existencia de sabajón que guardaba mi abuela; esta de más decir que a esa tierna edad y por mi cabeza no pasaban semejantes desmadres y listo, no recuerdo nada más, no sé si dije pendejadas, si me reí en exceso ó si lloré, porque uno jamás sabe.

Mi peor recuerdo se limita al guayabo, a la lengua pastosa y el pequeño discurso de mi abuelo, después de que mi gorda le dijo que para que me había hecho tomar de esa manera: “Si ella no hubiera querido tomar más, me dice que no y listo, pero como lo hizo pues ya aprendió hasta donde debe tomar para no sentirse de nuevo así, ¡¡a ver si aprende a decir que NO!!”.

Si mal no recuerdo fue un buen anti-tomata por algunos añitos más, no voy a decir que JAMAS volví tomar ó que no me emborraché después de eso, ó que no dije SI, pero es que la semana pasada se armó tremendo desorden porque un científico dijo que era mejor enseñarle a los hijos a tomar en casa antes que salieran a aprender a la calle y quería ofrecer mi opinión, pero si esperaban que les contara un drama tipo “me emborraché con unos amigos que vinieron a visitarme y nos tomamos la botella de vino debajo de la cama porque somos locos”, queridos… se embarcaron mal, yo no soy así.

Al fin y al cabo, de vez en cuando me acuerdo de mi abuelo, de lo mucho que lo extraño y de que a mi me fue bien porque la siguiente fue con otros primos a punta de aguardiente y leche, actuales abstemios por supuesto.
Créditos: A mi abuelo.

2 comentarios:

Pi dijo...

jo! qué simpática familia tienes tú... yo digo que es un asunto de gusto; te gusta ó no más allá de los abuelos alcahuetas ó madres reprimidoras


Abrazos, cómo vas?

VICA dijo...

Es la cerveza. Siempre es la cerveza...