20 de diciembre de 2008

Almohada

Estar molido es reventarse hasta que el cuerpo dice no más, molerse es estar mentalmente a media marcha, estar físicamente en cámara lenta y el resto, si queda algo, no responde. Y si me pongo a pensar en esas noches pasadas a punta de café en las salas de edición de la escuela, ó en ese frenesí carnavalesco de la tierra caliente que dura par días, ó en las horas corridas de rodajes y esperas, y rodajes y esperas, en ese orden, ó en esas presentaciones finales... creo que nunca he sido más lúcida que cuando mi cuerpecito no arranca.

El problema es que después de cinco días de rodaje nocturno, de medios días dedicados a terminar presentaciones y/o informes, de que la noche de descanso intermedia me haya ido de concierto hace que al final de cuentas ser lúcida me parezca lo menos importante del mundo. Se puede caer el jodido gobierno del país y NO me muevo, puede algún amigo haber terminado con la bruta de su novia y querer contarme los detalles más ridículos y me importa un CORNO, puede llegar Madonna a mi casa y francamente, puede quedarse esperando en el sofá (esperando que no suceda por supuesto).

Y la explicación a semejante actitud no es la pereza, no señores… es que después del deber cumplido, del trabajo resuelto y del disfrute del alma, en ese momento justo en el que no soy un ser humano, en ese instante en el que jamás las ideas son más claras y enfocadas, ahí justo, NUNCA es más fuerte el sentimiento de saber que mi almohada me hace sentir DIVINAMENTE.

Y, ¿cómo se las arregla el resto mundo? yo no sé...

1 comentario:

Milo Martínez dijo...

Ñam ñam ñam... todo bien mientras no te despertemos desde la planta superió...